Aprende a sonreír sin motivo.

martes, 17 de junio de 2014

Demasiado rápido.

Nuestro silencio estaba cargado de ultraviolencia, ¿o acaso pensamos que no deciéndonos nada íbamos a dejar de hacernos daño? También nos quedamos sin amigos. Por no saber aguantar a nadie, ya ni nos reconocíamos en los espejos. El amor al final fue un océano donde nosotros quisimos nadar sin sentirnos exhaustos. Nos quedamos sin fuerzas en algún lugar entre el exceso y el no saber volver a la orilla, por habernos pasado tanto tiempo deseando quedarnos siempre flotando el uno al lado del otro. Ella era una sirena, de esas que te terminan hundiendo. Guapa como ninguna, terrible como la distancia sólo sabe desdibujar a las personas. El verano desde entonces es una gran cicatriz. La gente sabe que los "para siempre" pocas veces se cumplen, pero ignoran que casi nunca dejamos de esperarlos. Sucedió que por intentar ser demasiado, terminamos sin ser nada. Los besos nos los dábamos con los ojos abiertos, porque también queríamos besarnos con la mirada. Fue esa gran necesidad, ese descontrol del todo, sin tratar de salvarnos, saltábamos a nuestros brazos como suicidas esperando morir contra un cuerpo. Pero ya no tenemos a alguien en cuya piel poder olvidar el roce de aquella otra. Si me preguntas por qué, yo te diré que porque quisimos querer antes de saber querer. Que todo aquello nos venía grande: aquellos sentimientos, aquel océano, aquel "quédate toda la vida". Mira, ni quedarnos, ni toda, y por supuesto no sé si vida, pero oye: lo intenté. Espero que ese recuerdo sepa rescatarte un poco, cuando te hundas y allí no haya nadie para hacerlo contigo.

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