Aprende a sonreír sin motivo.

viernes, 31 de enero de 2014

No supe impedir que te marchases, pero si desear que no te fueses.

Quizá no supimos querernos sino haciéndonos daño. Quiero decir, el amor nos convierte en personas irracionales. Y allí estábamos, con las manos extendidas hacia la distancia, mientras nos acercábamos con los ojos y no matábamos sin decir nada. “No dejemos para mañana lo que nos pueda romper hoy”. Y eso fue ayer. Tengo una colección de cicatrices que se parecen a tu boca.

Me gustaría recomponer los trozos de aquellos atardeceres que hemos jodido: desgarrado, como si fuesen un lienzo, con tus uñas clavadas en algún lugar entre el cielo y mi espalda. Iría a hacerte una vez más. Feliz, digo. Y es que los sábados me parecen domingos sin ti. Es decir, me creas inviernos en casa. Y el final del otoño me está pareciendo una desilusión constante porque se están cayendo todas las hojas sin que las pisemos. Dejemos las costumbres para otro día, para cuando, más que estar de pie, no me sienta derrumbado. O para cuando comprenda que la soledad no tiene nada que ver con la nicotina. Algo estamos haciendo mal. O es que no supimos besarnos bien. O quizá lo que sucede es que le teníamos miedo a hacernos felices por no saber cómo reaccionar. Y entonces nos hicimos un lío del que se terminaron colgando la mitad de nuestras esperanzas. Ahorcadas, como las palabras que se nos quedaron en la punta de la lengua. ¿Sabes?, a veces pienso en cómo habrían cambiado las cosas si hubiésemos reconocido lo gilipollas que éramos, antes de decidir irnos para evitar justificar nuestra incapacidad para arreglarnos las vidas. Y me entran escalofríos.